La necesaria revolución energética
A diferencia de las tecnologías de automoción, computación, telefonía, etc. que han cambiado profundamente en los últimos decenios, las tecnologías en las que se basa el sistema eléctrico no han cambiado desde que Edison instaló (hacia finales del siglo XIX) su central en Pearl Street: un centro de generación de electricidad, un edificio con necesidad de servicios que la electricidad puede cubrir (en aquel caso, iluminación) y una red de cables que conectan el centro de generación con el edificio necesitado de iluminación.
Hoy en día, casi un siglo después, los sistemas eléctricos se han desarrollado y han crecido enormemente, pero se basan en el mismo concepto: centros proveedores de electricidad, conectados con los edificios donde la demandan, mediante miles de kilómetros de cables.
Lo que si cambió, y lo hizo de forma radical, fue el concepto que Edison tenía: proveer un servicio (iluminación) a un edificio que lo requería, pagando por el servicio y no por la cantidad de electricidad asociada a él. Y cambió en el momento en que se inventó un artefacto (el contador de kWh) que permitía contabilizar unidades de electricidad. Desde entonces el objetivo del sistema eléctrico no ha sido la provisión de servicios, pagando por ellos, sino la venta de cuantas más unidades de electricidad fuera posible, sin importar el servicio, ni la eficiencia de la provisión. Así fue como empezó a gestarse la electrificación que hoy tenemos, haciendo dependiente de la electricidad todos los aspectos de la vida cotidiana, a nivel doméstico, industrial y servicios.
La consecuencia de este hecho fue que dejó de importar la eficiencia de la provisión del servicio (cantidad de electricidad por unidad de servicio), pues cuanta más cantidad de electricidad se necesitaba, mejor, ya que más ingresos se generaban para aquellas entidades que la vendían. Ello se tradujo en que, a partir de entonces, se dejó de considerar los edificios como infraestructuras energéticas que son (tal como Edison pensaba) y se empezaron a diseñar los equipos eléctricos sin importar la cantidad de electricidad que necesitaren para funcionar.
Hoy en día, mientras se desarrollan políticas para incrementar la eficiencia energética (de equipos eléctricos y edificios), se olvidan dos aspectos básicos de la cuestión energética: 1) los edificios como parte integrante de las infraestructuras energéticas y 2) las redes de transmisión y distribución al servicio de la sociedad.
Que la sociedad considere los edificios como parte de las infraestructuras energéticas es básico, pues mientras se sigan considerando los edificios (tanto el continente como el contenido) como si no tuvieran nada que ver con el sistema energético, difícilmente dispondremos de un sistema energético moderno y eficiente.
Que la sociedad se apropie de las redes de transmisión y distribución es una condición sine qua non para que el sistema energético deje de estar al servicio de los antiguos monopolios (hoy reconvertidos en oligopolios) y pase a estar al servicio de la sociedad. Para ello, es imprescindible que las redes: 1) pasen a ser de titularidad pública (que no quiere decir ser propiedad del Estado), 2) sean democráticamente dirigidas y 3) sean gestionadas por entidades que no tengan ningún vínculo con las empresas que generan energía ni con las que la comercializan.
Así lo ha entendido ya una parte, la más energéticamente clarividente, de la sociedad europea, especialmente la alemana, pues en Alemania se han librado (recordar ‘Schonau: los rebeldes eléctricos germanos’), y se continúan librando (hoy en la misma capital alemana, Berlín), serias batallas por la reapropiación social de las redes, además de haber planteado, y estar en fase de ir ganando, la batalla política por la apropiación social de las tecnologías de generación renovable.
Sin plantear estas batallas difícilmente se podrá disponer en un próximo futuro de un sistema energético propio, no del siglo XIX y XX (tal como se desarrolló, desde que Samuel Insull, de la Commonwealth Edison de Chicago, impuso su visión de que los sistemas eléctricos eran un monopolio natural, con abonados y sociedades cautivas), sino del siglo XXI: distribuido, eficiente, limpio, renovable y moderno, al servicio de personas y sociedades libres.